Varios estudios han alertado en los últimos meses sobre las grandes cantidades de electricidad necesarias para entrenar los sistemas de inteligencia artificial generativa, como ChatGPT, Gemini o Grok. Los centros de datos que albergan esta tecnología necesitan mucha energía y también agua, para mantener refrigerados constantemente los ordenadores donde se ejecuta. Que una pregunta a ChatGPT equivalga a la electricidad que requieren diez búsquedas en Google o que la IA en Estados Unidos consumirá en tres años la misma energía que se gasta en toda España son algunas de las previsiones que ponen de manifiesto que la inteligencia artificial ya es un problema medioambiental.
El periodista y activista medioambiental Juan Bordera apunta que en los últimos años se ha extendido el concepto de la “nube” de Internet, una metáfora que evoca una “desmaterialización” de los servicios de la red. Esto dificulta que imaginemos el coste energético de acciones que realizamos diariamente con el ordenador o el móvil. Según Bordera, “no hay nada más material que la nube”, porque requiere “cableado internacional submarino, centros de datos y refrigeradores”. “En un mundo de recursos limitados, en el que el agua y la energía son de necesidad básica, la inteligencia artificial es una auténtica devoradora de estos dos recursos”, sostiene.
“En un contexto de emergencia climática, utilizar un sistema que consume una barbaridad para generar un logotipo, una imagen para compartir en redes sociales o para corregir un texto no me parece sensato”, opina Judith Membrives, responsable de IA y Derechos Humanos de Lafede.cat. Membrives subraya que usar la inteligencia artificial de manera arbitraria “no cubre ninguna necesidad básica” y que, en el escenario de escasez del planeta, habría que apostar por otro tipo de herramientas que realmente sean útiles para la sociedad. Membrives es crítica con la inteligencia artificial generativa comercial. Ve justificados otros usos de la IA, como para hacer predicciones o simulaciones de modelos en el ámbito de la investigación. Matiza, además, que estos otros tipos de inteligencia artificial implican un consumo menor de energía.
El profesor lector de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicaciones de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Antonio Pita, explica que lo más costoso de sistemas como ChatGPT, en términos de energía y agua, es el proceso inicial de entrenamiento, alimentado con grandes cantidades de datos. Según él, una vez culminado este primer paso, el consumo derivado de su uso diario es mucho menor. “La IA está en sus momentos iniciales y los procesos que utiliza no son eficientes. No obstante, lo que hoy es un hándicap en unos años no lo será”, afirma, en un pronóstico de que la huella medioambiental de la inteligencia artificial se reducirá a medida que se desarrollen algoritmos más óptimos. “Cuando China presentó DeepSeek ya se vio que hacía lo mismo que ChatGPT, pero con un 70% de su coste”, apunta.
Bordera alerta del peligro de caer en la paradoja de Jevons, una teoría económica que afirma que a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se utiliza un recurso, es más probable que se produzca un aumento en el consumo de dicho recurso. Lo compara con la mejora de los coches de gasolina de los años sesenta: una mayor eficiencia llevó a un uso generalizado del vehículo particular. En la misma línea se expresa Membrives: “Cuanto más accesible haces una tecnología bajo el mantra de que es más sostenible, su impacto se multiplica”.
“Podemos usar el agua para campos de golf, regadío o para centros de datos; hay que usarla para lo que genere más valor para la sociedad”, opina Pita, que destaca que el 80% de los proyectos de centros de datos que se presentan en España no se aprueban porque la red eléctrica del país no está preparada. Según él, es necesario invertir en ello para poder apostar por las tecnologías del futuro. En el contexto del apagón general del pasado 28 de abril, Bordera sostiene que “si sobredimensionamos las necesidades con una realidad material que es la que es, vamos hacia un mundo de estrés hídrico y castillos de naipes energéticos, en un momento en el que se ha visto la poca robustez de las redes eléctricas”. Los proyectos de centros de datos a menudo chocan con los vecinos de las zonas donde se quieren ubicar. Es el caso de la negativa del pueblo aragonés Villamayor de Gállego (Zaragoza), donde está previsto que se instale un centro de datos de Microsoft. Los vecinos consideran que se hipotecará el futuro del municipio.
¿La regulación es posible?
“No es lo mismo usar IA para entender mejor una cuestión, o como apoyo a un trabajo académico que para un uso básico y de ocio”, afirma Bordera, que considera que se debería restringir el uso de la inteligencia artificial generativa a “especificidades concretas, como la industria médica o la investigación”. Él opina que una solución podría ser que las aplicaciones fueran de pago, pero subvencionadas en sectores que las utilicen con finalidades académicas o de investigación.
“Esto al final será como quien se compra un horno. Tienes la libertad de usarlo tanto como quieras, pero el consumo se ve reflejado en tu factura”, cuenta Pita. Según él, con la inteligencia artificial no se tiene esa percepción, porque el coste energético no lo asume el usuario, sino que repercute en unos servidores que no ve y que utiliza de forma gratuita. Pronostica que dentro de un tiempo las aplicaciones de IA serán de pago y que, al tener que desembolsar dinero por ese servicio, “el uso responsable se regulará según el consumo que haga cada uno”.
Membrives recuerda que el reglamento de inteligencia artificial de la Unión Europea (Eu AI Act) ya se quedó corto en el momento de su aprobación, porque no incluía la inteligencia artificial generativa. Según ella, habría que replantear esta normativa para limitar ciertos usos. “La inteligencia artificial es una muestra flagrante del tecnocapitalismo, de como se intenta sustituir trabajo cognitivo, tradicionalmente cualificado”. “Lo que tenemos que hacer los movimientos sociales y desde los movimientos críticos es cuestionar si esta es la tecnología que necesitamos en el día a día”, concluye la responsable de IA y Derechos Humanos de Lafede.cat.
Perdemos capacidad cognitiva
Pita destaca la opción de deep research que ofrecen algunos de los chats de inteligencia artificial. En estos casos, herramientas como ChatGPT intentan recopilar datos utilizando más fuentes de información y con una verificación adicional. “Esto conlleva un consumo más elevado, pero si lo pensamos desde el punto de vista de lo que consumiría una persona para intentar llegar a un resultado similar, el consumo es mínimo”. El profesor de la UOC ve justificados usos como estos, pero dice que hay que hacer un uso responsable de estas herramientas y evitarlas para aplicaciones de ocio que aporten poco valor. “Si crees que vas a hacer un uso incorrecto, piénsatelo dos veces”, apunta, ante el coste energético que implica cada línea de diálogo con el chat.
Membrives es profesora en el seminario sobre Tecnologías de la Información e Internet en el máster de Filosofía para los Retos Contemporáneos de la UOC. En una práctica invita a su alumnado a utilizar herramientas de IA generativa para evidenciar que no es lo mismo hacer una búsqueda automática que manual, utilizando diferentes fuentes de información, en un trabajo de selección llevado a cabo por un cerebro humano: “Si usas lo que te da la IA de forma acrítica puedes sostener errores graves de concepto, hay cosas que ChatGPT puede inventarse, sin ninguna evidencia”. En este sentido, cree que hay que “introducir mucha más perspectiva crítica en las aulas”. Menciona también un estudio que realizó Microsoft para valorar cómo la inteligencia artificial facilitaba el trabajo de sus empleados: “Uno de los resultados es que perdían habilidades cognitivas”.
Una decisión de futuro
“Yo soy defensor de la IA porque creo que lo cambiará todo y pienso que compensar la huella de carbono es más una estrategia de país, de hacia donde queremos ir y de poner las infraestructuras adecuadas”, concluye Pita. Membrives opina que “hay que alzar la voz porque nos están intentando poner IA generativa por todas partes y hay que apostar por otras alternativas, en la situación de emergencia climática en la que nos encontramos”. Bordera alerta de que “ya hemos chocado con muchos límites del planeta”, como los conflictos derivados de la obtención de minerales como el cobre, el litio o el cobalto, necesarios para fabricar productos electrónicos. El elevado coste energético de la IA generativa “nos pone en una tesitura en la que se encarecerá la factura de la luz y del agua, un bien escaso por las sequías”, fruto de “la locura a la que el cambio climático ha llevado al ciclo hidrológico”, concluye Bordera. Ve fundamental el hecho de “decidir a qué se dedican los recursos” básicos y él espera que no sea una inteligencia artificial la que acabe tomando esa decisión.
Hacia un uso responsable
En Somos Connexión trabajamos para hacer un uso de la inteligencia artificial con la máxima responsabilidad. Con el asesoramiento de Membrives, nos estamos formando sobre cuáles son los impactos de la IA para encontrar el uso correcto que le podemos dar como entidad de la economía social. Buscamos casos de procesos automáticos que puedan ayudar a nuestro equipo a evitar tareas repetitivas para dedicarse a otras de mayor valor. Estamos llevando a cabo esta investigación de manera colectiva, sumando esfuerzos con otras cooperativas y con la voluntad de poder hacer pedagogía sobre cómo utilizar la inteligencia artificial.
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