El lunes 28 de abril pasó aquello que a menudo solo imaginamos en películas o distopías: el sistema eléctrico cayó. A las 12:33 horas, un apagón eléctrico repentino dejó toda la península Ibérica sin luz. Pero el impacto fue más allá de la energía. Fue un apagón de la comunicación.
Los móviles dejaron de tener cobertura, internet desapareció en muchas zonas, y ni siquiera una llamada de urgencia se podía garantizar. De vez en cuando, aparecía un mensaje de whatsapp o telegram enviado horas antes.
¿Por qué pasó? Porque nuestro sistema de telecomunicaciones está construido sobre una estructura que depende del suministro eléctrico. Las antenas, los routers, los servidores, los centros de datos…todo necesita energía para funcionar. Y todo está, casi siempre, concentrado en pocas manos y pocos lugares. Cuando cae una pieza, caen todas.
¿Pero y si este caso no será una excepción? ¿Y si forma parte de un escenario cada vez más probable? Emergencias climáticas, picos de consumo, tensiones geopolíticas…En un mundo frágil, hace falta una infraestructura que no lo sea tanto.
La dependencia de la red eléctrica
Las antenas de telefonía móvil, funcionan gracias a la energía eléctrica. Aunque muchas disponen de baterías de reserva, su autonomía es limitada. Según fuentes técnicas, estas baterías pueden mantener las antenas operativas entre una y tres horas, dependiendo de la carga y la demanda. Cuando el suministro eléctrico se interrumpió, muchas antenas dejaron de funcionar, y las que permanecieron operativas quedaron saturadas por la gran demanda de conexión, provocando una caída generalizada del servicio.
A pesar de no estar conectadas al sistema eléctrico peninsular, las Islas Canarias también vieron afectado el servicio de telecomunicaciones. La razón? Su dependencia de los cables submarinos y nodos de conexión que sí que están situados a la península, especialmente en Andalucía. La interdependencia de la red global provocó caídas parciales en servicios como telefonía móvil, datáfonos, Wi-Fi, streaming y cajeros automáticos.
Las personas en el centro
Durante el apagón, desde el equipo de atención de Somos Conexión recibimos muchas llamadas. La gran mayoría de personas mostraron comprensión y empatía ante una situación tan excepcional. Algunas expresaban confusión. No sabían si la falta de servicio era por el apagón o por una incidencia particular. Otros, simplemente, querían compartir como estaban. En muchos casos, la atención humana fue el único vínculo disponible cuando la tecnología falló.
Recibimos ánimos, agradecimientos e incluso reflexiones del tipo: “ya va bien desconectar de tantas notificaciones”. Estas muestras de afecto nos recuerdan que lo más esencial no siempre es la conexión digital, sino el vínculo entre las personas.
Derechos de las personas consumidoras
Cuando se produce una interrupción masiva de servicios como la del 28 de abril, es legítimo preguntarse si tenemos derecho a compensaciones por las horas sin luz, internet, teléfono o agua. Todavía no se han determinado con precisión las causas ni las responsabilidades del apagón eléctrico.
Desde Somos Conexión os iremos comunicando la información que tengamos en este sentido.
Hacia un modelo más resiliente y justo
Somos conscientes de las limitaciones del modelo actual. A pesar de depender de la infraestructura otras operadoras, trabajamos desde hace tiempos para construir una alternativa más justa. Hace falta una transformación profunda que nos lleve hacia alternativas más resilientes y democráticas.
Trabajamos desde hace años para construir esta alternativa, promoviendo la soberanía tecnológica y apoyando iniciativas como guifi.net, una red de telecomunicaciones abierta, más distribuida y gestionada por la ciudadanía. Estas redes pueden ser clave para mantener la conectividad en momentos de crisis porque cuentan con baterías y generadores propios.
Un camino compartido
La transformación tecnológica tiene que ir de la mano de una transición energética profunda. Por este motivo, intercooperamos con Som Energia, cooperativa con quién colaboramos para impulsar un modelo energético basado en fuentes renovables, de proximidad y bajo control democrático.
Un sistema energético descentralizado y gestionado desde las comunidades no solo permite reducir emisiones o combatir el cambio climático. También incrementa la capacidad de resistencia colectiva ante quiebras como la del 28 de abril.
¿Y ahora qué?
El apagón del 28 de abril no tiene que quedar como una anécdota. Es una oportunidad para repensar el modelo. Hace falta más regulación y democracia digital, más soberanía local, y menos concentración de poder en manos de oligopolios y corporaciones globales.
El camino hacia la transición ecosocial no es fácil ni rápido. Pero sabemos que es posible. Y sabemos también que solo será real si somos muchas. Si reunimos una masa crítica de personas que entiendan la conectividad como un derecho colectivo y no como una mercancía. Si creamos comunidades que deciden implicarse en la construcción de infraestructuras compartidas y democráticas.
Encendamos alternativas. Porque cuando cae la luz, no todo se apaga. De hecho, quizás entonces es cuando empezamos a ver con más claridad el camino que queremos seguir.
Comparte en redes sociales